«Fantasías de una Universidad en llamas
Había una vez, una de la mejores y más pontificadas universidades del país; todos sus rectores y muchos directivos eran elegidos por un dedo mágico del rey que los designaba. Al tratarse de un reino de fantasía no existían elecciones, sino el derecho de bendición para ocupar un cargo en alguna de las pequeñas comarcas.
Sus administraciones eran tan hábiles que lograron alcanzar deudas millonarias a costa de sus trabajadores y se vieron involucradas en grandes estafas, haciendo riquezas más grandes sin que apenas fueran cuestionados o sin que nadie en el reino dijera algo en contra.
Pero la paz se quebraba al horizonte porque existían rumores de que algo malo estaba pasando en las comarcas y aldeas, había abusos, hostigamiento y todo tipo de acciones contra las comunidades por parte de quienes tenían los cargos de poder; así que decidieron hacer lo que cualquier otro gobernante hubiera hecho, decidieron que cada que pudieran esta universidad emplearía fanfarrias y juglares para hablar de todo lo que se hacía; mientras se cubría bajo la paja todo lo que pudiera generar malestar.
Los rectores de la pontificada universidad eran fieles escuderos del carismático rey del Estado Priista, tan capaces eran en esta labor que no tenían ningún problema con terminar sus cargos para trabajar a sus pies en otras estructuras de su gobierno, su objetivo era seguir sirviendo al carismático rey del Estado, que como agradecimiento al leal encubrimiento y al desvío de recursos los bendecía con más trabajo.
En ese reino no existía el mal, pues los acontecimientos eran redactados todos los días por un escribano que era capaz de que con sus letras lo más oscuro se convirtiera en verde y oro. Y es que a todos en el reino les gustaba leer cosas escritas en letras doradas, aunque no supieran que estaban hechas del oro que el pueblo mismo aportaba, y con el cual se pagaban las imprentas, las lujosas carretas, los grandes bailes y sofisticados eventos donde la realeza brindaba.
Tal era la dicha en la universidad que el rector contaba con un pequeño y lindo castillo, desde donde se administraba y cuidaba todo, si en un lado alguno de los pequeños estudiantes levantaba la mano o tocaba la puerta, era persuadido de ocupar un buzón para depositar sus quejas y sugerencias, las cuales eran recibidas por un personal altamente especializado que podía reciclar el papel y convertirlo en figuras muy bonitas.
Pero un día algo cambio, los rumores rebasaron las fronteras de las comarcas y aldeas, un grupo de esos pequeños estudiantes se paró en la entrada del pequeño castillo y exclamo que no se moverían hasta que el rector se parara de su dorado asiento y los atendiera; los especialistas del buzón de quejas quedaron en shock y gritaron ¡vándalos!, ¡violentos! ¡Cómo se atreven a desconocer el buzón de quejas que por años ha funcionado y que fue inventado por el mismísimo rey!
Entonces Alfredo Barrera – quien era el último representante del linaje real-, se levantó de su asiento para exclamar -Ustedes pequeños, no son nada, en este reino hay miles como ustedes a los cuales represento ¡yo! Sin embargo, como soy un rector generoso los atenderé–
En el fondo el rector Alfredo sabía que detrás de esas desafiantes palabras estaba en juego su trono, sabía que ese pequeño grupo organizado era apenas una pisca de lo que se podía desatar en las comarcas y aldeas, entonces decidió hacer uso de su habilidad política y de negociación.
Los pequeños estudiantes fueron en lo inmediato rodeados por los soldados del reino, se colocaron vallas y se dispersaron las multitudes de estudiantes que desarrollaban su vida común en sus comarcas y aldeas, pero que eran peligrosos para el rector pues podrían organizarse y pretender tomar parte del diálogo. Para que el rector prosiguiera se aumentaron los pagos a las imprentas y con el poder que le confiere su cargo exclamó: -Pequeños estudiantes estoy con ustedes, sus reclamos son válidos pero no se expongan, yo resolveré sus problemas y para ello destinaré más especialistas al buzón de quejas, esta vez incluso las atenderemos y eso se hará desde el día de mañana, mientras pueden volver a estudiar y no confíen entre ustedes, no escuchen a los de afuera, no escuchen a nadie que atente contra mi persona y contra el rey-
Mientras escucharon al rector los pequeños estudiantes pasaron incertidumbre, miedo, cansancio, pero no bajaron la frente, volvieron a sus comarcas y aldeas a hablar con sus comunidades y se hicieron tres preguntas ¿necesitamos otro buzón de quejas? ¿Otro rey? ¿O terminar con este Reino? Tardaron días en hablarlo, pero cuando volvieron a las puertas del pequeño castillo ya no eran pequeños… y este cuento de universidad había acabado.» <sic>
Nota de lectura obligada
Rector ilegítimo en la UAEM